La periferia de
un país puede crear, a partir de su historia, expresiones culturales que le son
propias. Y a veces, de nuevo con la ayuda de la historia, logra generar con
ellas una imagen que arraiga en el mundo, mucho más allá de sus fronteras.
Entonces, el
centro nacional puede sentirse tentado a proclamar con toda energía: Eso no es este país, somos mucho más que eso.
Incluso puede decir: Eso no tiene el
valor que le están dando afuera. E intentar desvirtuar las creaciones
culturales de esa periferia, quitarles valor.
Cierto que hay
otras manifestaciones culturales, pero esto no justifica el intento central de
desprestigiar las de esa periferia. Habría más bien que mirar qué razones hay
para el logro periférico cuando captura la atención mundial.
Andalucía lo ha
hecho porque aprovechó la posibilidad histórica de sintetizar aspectos de la
cultura musulmana con la bética, y aquí es mejor usar el nombre romano porque
ni los vándalos ni los godos dejaron allí una impronta tan fuerte como en el centro
y norte de España. De los vándalos quedó poco más que el nombre regional
arabizado.
Los resultados de
esa síntesis fueron tan singulares que impactan por su originalidad. No hay
nada parecido en el resto de la península. Y entonces, con el descubrimiento de
América y su población con predominio de andaluces y extremeños se generó una nueva
Andalucía – y así fue llamada por un tiempo una parte del continente. Es
andaluz el acento con que se habla la lengua española en el Caribe, lo mismo
que muchas características culturales de Hispanoamérica. De tal modo la cultura
andaluza logró un alcance extra continental.
Por esto la imagen mundial de España, a pesar del resto de los
españoles, es fuertemente coloreada por Andalucía; y la valoración de lo
andaluz es mayor en América que en
España porque los americanos nos lo hemos apropiado, mientras que los españoles
no andaluces tienden a despreciarlo.
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