lunes, 30 de marzo de 2015

Arder por un libro

 
Una nota sobre Margarita Porete y las Beguinas 


Hay quien, puesto por otros entre las alternativas de morir o seguir una conducta impuesta, escoge morir. ¿Qué es lo que sostiene esa elección?

Cierto episodio en la historia de las beguinas, una de las primeras asociaciones proto-monásticas de la iglesia católica, con su organización no jerárquica, y sus consecuentes conflictos con la jerarquía eclesiástica medieval, puede dar luz sobre esto. Una beguina de nombre Margarita Porete tuvo una experiencia mística y decidió escribirla, comunicarla a otros, para que pudieran aspirar a vivir lo vivido por ella. 
Tuvo el tiempo, los recursos y las habilidades necesarias para producir varias copias; en el siglo XIV temprano, eso significa ser alguien muy educado y con suficientes medios materiales. Vivía en un entorno bilingüe: se hablaba el latín y un naciente francés. Es presumible que manejara ambas lenguas. Sin embargo escogió, no el latín, que le hubiera dado acceso a la alta cultura europea, sino la lengua vulgar; incluso no el francés de la corte de Felipe el Hermoso, sino el dialecto del Hainaut, su provincia valona, en la frontera con Francia. Había decidido dirigirse no a intelectuales cortesanos y eclesiásticos, sino a quienes más cerca de su corazón tenía. 
¿Por qué no figuró su nombre con el libro? Al final de la Edad Media, aún las obras eran mucho más importantes que su autor, y no siempre era necesario saber quién las había escrito. Sin embargo no todo era anónimo por entonces: las obras del Maestro Eckert, contemporáneo suyo, nunca lo fueron. Quizá, durante las primeras relaciones con la Iglesia, le requirieron no dar a conocer el libro con su nombre, cosa que a ella no le importó, porque lo esencial era dar a otros la oportunidad de compartir la vivencia mística. O pudo considerar su libro como un manual, una guía para hacer algo, y pensara que no valía la pena aparecer en él. 
Después vino la lectura de la Inquisición. Los acuciosos frailes dominicos, siguiendo las prácticas de su Santo Oficio, hicieron una lectura frase por frase y, por supuesto, no alcanzaron a leer lo que ella quería decir; en cambio, encontraron lo que buscaban: algunas frases que consideraron contrarias a la ortodoxia. La apresaron, y le exigieron que se retractara de esos fragmentos. 
Para ella, eso sería desvirtuar el libro, quitarle fuerza a un mensaje que necesitaba ser transmitido con toda la potencia posible. La experiencia había sido tan intensa, y la pasión por que otros la vivieran tan fuerte, que eso le era mucho más importante que seguir viviendo. Era necesario mantener el texto, y por su obstinación en mantenerlo la quemaron viva en París, en la plaza de La Grève, el 1 de Junio de 1310. No quedó registrado el nombre del libro que la Inquisición juzgó herético y que causó la muerte de Margarita, y este misterio duró por siglos. 
Mientras tanto, El Espejo de las Almas Simples, una obra anónima, se estaba convirtiendo en lo que hoy llamaríamos un éxito editorial. Fue pronto traducida al latín, al inglés, al italiano, e incluso al francés de la Île de France, el francés de la corte real, en que nos ha llegado. Hoy se lo considera un clásico de la literatura mística de la edad media tardía. Pero siempre se había especulado sobre cuál de los místicos famosos de la época lo habría escrito.
Hasta que Romana Guarnieri, en 1946, reunió los dos relatos identificando a Margarita Porete como su autora, mediante el estudio de los documentos del proceso de condenación —en latín— y las referencias allí contenidas a su libro. Es un proceso de más de medio milenio, en el que alguien, una mujer, decide perder la vida y el nombre en aras de un mensaje, y tras seis siglos, otro alguien —otra mujer— logra recuperar su nombre. Tal historia hace de estos dos personajes, la mártir y la estudiosa que le devolvió su libro, adalides en la lucha actual por defender los derechos y los valores de quienes, o son mujeres, o han decidido ser algo distinto de simples hombres o mujeres.
Cali, Octubre 18 de 2013

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